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viernes, 3 de agosto de 2018

Ricardo Anaya

Un desconcertante perfil atribuido a toda clase de personalidades en un mismo individuo

En países como México, para tener dinero primero hay que llegar al poder, tal y como sucedía con la extinta Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). Para poder presumir de tener un logro solamente hay dos vías, la decente y la no tanto y para la decente hay que ser hijo de algún empresario, heredero árabe o algo parecido y por el lado de lo no tan decente tenemos tantas opciones como sabores de nieve hay en el mundo y obtener poder políticamente es, o era hasta el día de ayer, probablemente la manera más redituable existente. No es la excepción el ex candidato de derecha Ricardo Anaya Cortés quien en poco tiempo a partir del año 2000 escaló puestos dentro de y representando a su partido denominado PAN y a quien ayudó mucho la victoria aplastante de Vicente Fox en esa ocasión, gracias a quien obtuvo puestos importantes en la cámara de diputados por la vía plurinominal. Asistente de muchos poderosos dentro de Acción Nacional y ciertamente el más joven dentro del mismo en postularse como Candidato a la Presidencia de la República recientemente.

Pero su biografía no es el enfoque de este artículo sino el huracán que representó durante el inicio de la competencia, su desarrollo y su conclusión. Ricardo Anaya contendió contra dos oponentes más bien débiles, José Antonio Meade y Jaime Rodríguez, y uno bastante poderoso, Andrés Manuel López Obrador, virtual ganador de dichas elecciones. Dicho huracán derivó de dos cosas, su manera beligerante y pretendidamente amable de conducirse y un catálogo de acusaciones en su contra que van desde la traición hasta la delincuencia por lavado de dinero. Estos estigmas son señalados como las razones mismas de que Ricardo Anaya no calificara para ser Presidente de la República y Anaya Cortés fue posteriormente llevado al patíbulo de la opinión pública al grado mismo que el abogado de origen mexiquense ha sido objeto incluso del olvido y desprecio generales, a un mes, casi, de haber perdido en los comicios.

Anaya fue señalado por muchos militantes de su partido como un tirano oportunista que se valió de su amistad con personajes importantes del partido para escalar puestos y colocarse a la cabeza promoviendo su propia postulación pisoteando a varios elementos que le ayudaron en su momento y haciéndolos a un lado de acuerdo a sus propios intereses. Esto generó, de acuerdo a datos, que el partido conservador sufriera la deserción de miembros distinguidos que de raíz habían pertenecido por años a su militancia y que fuertes personalidades como Manuel Espino, Gabriela Cuevas y Germán Martínez se pasaran incluso del lado del entonces candidato de izquierda, hoy ganador de la contienda. Pero especialmente pesa sobre Anaya la indecencia y la insolencia de haber hecho a un lado a Margarita Zavala quien le hizo lastre por la vía independiente hasta abril pasado mostrándose como la concepción misma de la dignidad política.

Será muy difícil decir algo positivo de alguien como Ricardo Anaya, especialmente si hasta la PGR se encuentra haciendo investigaciones sobre el cargo de lavado de dinero que le señalan al abogado pero también resulta un sacadero de leña a partir de un árbol caído (caído por su propia culpa, eso sí). Es cierto que Ricardo Anaya tiene el perfil idóneo de un dictador y su inclinación ideológica se acerca mucho a la de Donald Trump, Augusto Pinochet, Adolfo Hitler y Juan Domingo Perón pero también es cierto que Anaya, dentro de todo eso, tuvo la ocurrencia de meterse con dos personas especialmente interesadas en preservar el poder en el gobierno: Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala. Es cierto que todo el país, o al menos la mayoría, mandó el mensaje de que no queremos a Ricardo Anaya dirigiendo nuestros destinos, como es cierto que el caballero es un gran oportunista pero también lo es el hecho de que precisamente a Margarita le dolió que Ricardo no le hubiera permitido postularse a la presidencia, plan que le habría convenido mantener los nexos de poder que apoyaron en su momento a Felipe y que también le marcaron a Vicente Fox la ruta a seguir, le gustara o no al guanajuatense bailar a su ritmo (es también cierto que a Fox le fue condicionado el desarrollo de sus propuestas en el congreso, aunque eso no lo hace inocente, que sus culpas tiene el botudo).

Al día de hoy la historia le proporcionó a Ricardo Anaya el peor de los castigos que es el olvido, el desprecio a modo de silencio y como único recuerdo queda la humillante hilaridad sobre la reacción de Andrés Manuel en el segundo debate al espetarle al candidato de derechas: "Riqui Riquín, Canallín" pero incluso tal novedad ha comenzado a ser sustituida por tendencias más actuales dejando así a Ricardo Anaya en el abismo del ayer inmediato. Pero hay algo que la gente está perdiendo de vista, Anaya tiene una gran capacidad de reinventarse, misma que ha demostrado más de una vez y tiene aún sus alianzas con personajes como Diego Fernández de Cevallos y Antonio Solá, creadores de la campaña "Peligro para México" en 2006, aparte de las muchas estrategias aprendidas en la derrota. Si al abogado se le ocurre ponerse terco no dudemos que se convierta en la sombra de la democracia o, peor, que decida volver a postularse en 2024.

Es cuanto

Messy Blues

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