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jueves, 22 de septiembre de 2016

19 de Septiembre de 1985, el día que se mutiló la Ciudad de los Palacios.

Cuando la tragedia se convierte en pose social.




Palabras y palabras en crónica hablada o escrita han salido de innumerables estudiosos y analistas así como de sobrevivientes y a estos últimos es más conveniente creerles, tanto porque estuvimos ahí como porque sabemos lo que sucedió, al menos la mayor parte de lo sucedido. Pero insistiendo, palabras y kilómetros de memorias se han publicado y hasta convertido en pomposos documentales, algunos buenos y algunos oportunistas, y aún así la mayoría de la gente laboralmente activa de hoy en día ve aquello con apenas un sentir de compasión mínima pero el riesgo implícito de algo que consiguió destruir una ciudad en su momento ya resulta un tanto "remoto" y de hecho "poco probable". Eso es malo, si bien un terremoto no puede ser predecido, también es verdad que la probabilidad de que se repita es de 50 en 100 y pocos parecen tener en cuenta eso.

Se habla de que las normas de construcción y crecimiento urbano se han modificado y legalmente mejorado y se habla también de una consciencia colectiva más preparada que antaño pero al parecer no quiere nadie darse cuenta de lo frágil que la Ciudad de México quedó después de aquello. Pareciera que para empresas y particulares la probabilidad de un sismo de alta escala es actualmente un riesgo "que no va a sucederles a ellos" y de hecho se siguen construyendo edificios altísimos y siguen creciendo los asentamientos irregulares en esta ciudad que hoy tiene bastante menos agua de yacimiento que la que tenía en 1985. Cierto, probablemente el terreno ya no resulte tan arcilloso pero los huecos debajo de la ciudad resultarían más peligrosos todavía. Corresponde a los ingenieros determinar si es el caso pero definitivamente la población de la ciudad ha crecido sin organización ni sustento y eso hace más grave el asunto.


Qué sucedió exactamente el 19 de septiembre de 1985?, un movimiento de origen en Michoacán originado por el movimiento de la barra de cocos y repercutiendo en la brecha de Michoacán al liberar energía retenida por un considerable espacio de tiempo (al menos esa fue la versión científica oficial). En el puerto Lázaro Cárdenas y zonas aledañas el movimiento fue de gran fuerza pero los terrenos lograron abatir consecuencias, no así el Valle de México que recibió el sismo abiertamente sin terrenos capaces de amortiguar el impacto. Algunos profesionales en la materia, y para ilustrarlo al vulgo, lo compararon malamente con un automóvil corriendo sin control corriendo a 150 km/h contra un edificio de cristal ya que, ellos mencionaron, la construcción de zonas comerciales se habían edificado a través de las décadas sin planeación ni organización alguna como ya era entonces normativo en países como Japón, Rusia, Estados Unidos (San Francisco en particular) e Italia y aparte se debía considerar que los edificios antiguos (de más de 100 años a esa fecha) habían tenido un mínimo o nada de mantenimiento en su mayoría. La virtual destrucción del Centro Histórico y zonas contiguas demuestran que esa teoría es cierta.


Sin embargo lo más humanamente doloso de las consecuencias del terremoto viene de parte de la gente misma, gobierno y pueblo. La cultura personal reinante en México es definitivamente personalista basada en el "Yo, mí, mío" (y las excesivas marchas callejeras y movimientos minoristas así lo demuestran). El mexicano promedio somos más inclinados a lo que personalmente podamos obtener en beneficio y utilidades y poco nos preocupamos del factor "obligaciones y deberes". Los gobiernos de México no son ajenos a esto. Muchos grupos que han gobernado al país, si no es que todos, en realidad poco se han preocupado por la naturaleza del pueblo y los habitats que componen al país. La gente sin recursos (y sin hogar) se asienta en terrenos libres y se hacen liderar por oportunistas que crean alguna asociación y/o frente social para defender a los paracaidistas bajo el tenor de "derecho a la vivienda" y por supuesto los cacareados (y muy mal usados) derechos humanos. Por otra parte, están las zonas urbanizadas en regiones de clases sociales medias bajas, que tuvieron un inicio precisamente como asientos irregulares y han observado desde siempre una gran nulidad en planeación y crecimiento, agravando el asunto con la construcción y modificación de edificaciones sin un control técnico de personal calificado (ingenieros, arquitectos, etc). En este tipo de zonas, los servicios públicos no están sujetos tampoco a ninguna planeación previa y no formaron parte de ningún plan de desarrollo urbano (en una ciudad que originalmente estaba rodeada de zonas ejidales). A esta problemática se le suman los galimatías que representan el inadecuado manejo del agua, drenajes y desechos humanos diarios. En las áreas de clase media alta se impacta una afectación social derivada de la anterior ya que se convierte en áreas de manejo perfectible respecto a servicios y dedicación de gobierno y por ello los servicios públicos se demeritan, así como su tasa tarifaria en impuestos prediales ya no queda dentro de las proporciones reales. Aquí también se dan en mayoría construcciones y modificaciones sin sustento técnico.


En las zonas de clase alta existe la ventaja de los recursos financieros pero alcanzan el impacto de los problemas generados por los asentamientos irregulares, por ende, los servicios públicos aunque más existentes, no dejan de tener problemas y, todo junto -clases bajas con altas-, generan la sobreexplotación de mantos subterráneos acuíferos en una ciudad que no es apta para ello. Entre las muchas consecuencias del mal desarrollo urbano, se encuentra el factor "actitud" de la gente menor a los 35 años, que sabe que hubo un terremoto en 1985 pero personalmente no les afecta.

En este punto conviene destacar que en la actualidad el "Terremoto del 85" se ha convertido para la generación mencionada un tema de moda más que de consciencia. El hablar o conmemorar a las víctimas es una oportunidad del "primer plano" y todos hablan de lo muy triste que resulta pensar en ello, lo terrible, lo malo, lo destructivo pero pocos, y esto es verdad, muy pocos realmente tienen la cultura de la prevención y/o cooperación en el supuesto caso de que un terremoto de esas dimensiones se diera nuevamente en la ciudad. En realidad muy pocos implicados con construcciones y estructuras dentro del perímetro de riesgo, han echado mano de revisiones y previsiones y en muchos casos algunas construcciones que resistieron en 1985, se han convertidos en trampas mortales a las que poco mantenimiento se ha dado. Es cierto que las personas con una edad a partir de los 40 tendrán más claro y en cuenta el hecho de que el terremoto de 1985 fue lo suficientemente destructivo como para haber cambiado la vida del país, no sólo de la ciudad pero la idea de una devastación posible a futuro está más firme en la consciencia de personas mayores a los 50 años, en mayoría, personas en edad del retiro. La reflexión anterior nos lleva, por consecuencia, a pensar firmemente que la cultura de prevención es más teórica que real.

No, no estamos preparados. La única probable ventaja en esta ciudad son las alertas sísmicas instaladas adecuadamente pero estas son incluso susceptibles de daños por intemperie y/o vandalismo, aunando la estupidez de muchas personas de crear bromas y tomarse muy a la ligera el sonido oficial destinado para estas alarmas. Si consideramos además la corrupción que ha permitido la construcción de edificios de grandes dimensiones en donde se supone no deberían estar y la falta de civismo de los que quedan dentro de los perímetros de riesgo, un eventual desastre como el de 1985 representa el mismo o peor riesgo en estos días. Esta corrupción también ha generado los elefantes blancos que representan los predios con alto riesgo.


Comparando un poco: Japón posee una serie de planes preventivos que lo colocan a la cabeza de las naciones avanzadas en este sentido. Cuando en 2013 una planta nuclear provocó un desastre ecológico, la población de la zona fue evacuada y auxiliada y esta puso de su parte, hoy han superado eso, lo mismo sucedió con zonas sísmicas en las que su recuperación urbana ha logrado restablecer la vida cotidiana de los habitantes. Rusia también tiene zonas altamente sísmicas y allá sucede virtualmente lo mismo, su pasmosa organización y planeación les ha permitido salir avantes. La Ciudad de México sufrió en ese 1985 un colapso tal que destruyó un 70% de edificaciones laborales útiles, si no es que más, y un 45% de casas habitación tan solo en el perímetro del centro de la ciudad (de los límites sur a poco más arriba de los límites norte y oriente de la delegación Cuauhtémoc).

Cuando el tema "Terremoto de 1985" deje de ser una moda posterior a los festejos patrios cada año y se haga real consciencia de sus proporciones, entonces sí podremos hablar de "Una cultura cívica frente a los sismos", mientras no.

Somos un país con más sentido barato del humor que con memoria histórica.

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